Ayer enteróme de los modos utilizados por la empresa de neumáticos 'Pirelli' para notificar el despido a sus trabajadores. 'Seguratas' en los tornos de entrada pidiendo el DNI, revisando la lista y entregando la carta de despido, ¡Siguiente! Y uno en la cola, angustiado por sí mismo y por los compañeros que reculan: la lógica Ballard.
"El 27 de marzo de 1995, en mi despacho de Editorial Planeta, me fue entregada una carta -con copia para su acuse de recibo- que transcribo textualmente:
Sr. D.
Rafael Borràs Betriu
Barcelona
Distinguido Sr.:
De un tiempo a esta parte y muy especialmente en los últimos meses, hemos venido constatando que realiza su trabajo con evidente falta de rendimiento, con una clara disminución de lo que era, con anterioridad, su actividad normal y, por lo tanto, exigible. Es por ello que al amparo de lo previsto en el artículo 54.2.e) del Estatuto de los Trabajadores, procedemos a declarar extinguido por DESPIDO disciplinario su contrato de trabajo, con efectos del 31 de Marzo de 1995.
Contra esta decisión podrá interponer demanda ante los Juzgados de lo Social, previo intento de conciliación ante el Organismo correspondiente.
Lamentando que su conducta haga inevitable nuestra decisión, le saluda atentamente.
La carta la firmaba Juan Barceló García, director de Personal, y el día 20 del siguiente mes de abril, ante el Departamento de Trabajo de la Generalitat de Catalunya, Delegación Territorial de Barcelona, Sección de conciliaciones individuales, Editorial Planeta, S.A., reconocía la improcedencia del despido notificado al solicitante el 27 de marzo de 1995, y, mediante el cobro de la indemnización que se estipuló, ambas partes nos consideramos saldadas y quitas por toda clase de conceptos.
Finalizaba, así, en unos locales que recuerdo como bastante siniestros, una colaboración iniciada veinte años antes (...)
.
Ymelda Navajo, como directora general editorial, fue quien decidió mi salida de la casa (...)
En los primeros días de mayo me personé en el Instituto Nacional de Empleo del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, en Barcelona, donde, tras las vacilaciones propias de gallina en corral ajeno, acordándome de lo que había visto hacer a Isabel, mi mujer, en el supermercado, me agencié una papeleta con el número correspondiente, y armándome de paciencia guardé turno durante un par de horas para proceder a mi inscripción como parado en solicitud de prestación por desempleo.
La persona que me atendió, un chico joven, lo hizo con profesionalidad y corrección, y en el estado de ánimo en que me encontraba me pareció que hasta con un punto de simpatía benevolente, pese a que, como es lógico, debía estar más que curtido frente a las muchas batallitas cuyo relato sin duda le trataban de colocar; tras cumplimentar todo el papelamen -¿Sabe leer y escribir?-, me atreví a explicarle que era la primera vez en toda mi vida laboral que me veía obligado a inscribirme en el paro; desconocía, por tanto, la mecánica de lo que ocurriría a continuación: si alguien solicitaba los servicios profesionales de una persona de mis características, ¿serían ellos los encargados de avisarme? El muchacho se me quedó mirando un tanto incrédulo y no pudo reprimir del todo una carcajada:
-¿Pero usted cree que a sus cincuenta y nueve años alguien querrá contratarlo?"
(La guerra de los planetas - Rafael Borràs Betriu; col. Memorama, Ediciones B: Barcelona, 2005)
Otra más:
"Mi carrera de editora terminó de modo brusco e inesperado. Tenía que jubilarme, según contrato, a los sesenta y cinco años, y estaba a punto de cumplir sesenta y cuatro. La sinergia no había funcionado demasiado, ni yo había encajado mucho en el sistema, pero no habían surgido tampoco grandes problemas ni vivíamos, que yo supiera, una situación conflictiva. Tampoco creo que nadie me tuviera personal inquina. Pienso que nada de cuanto ocurrió tuvo lugar a nivel personal.
Lo cierto es que un día, a principios de verano, Juan Pascual, nuestro jefe directo en aquellos momentos, me citó en su despacho a las cinco de la tarde; y a Milena y a Carmen Giralt, a las cinco y media. Me comunicó de sopetón que habían decidido prejubilarme. Yo no saldría perjudicada económicamente, a mi hija Milena le doblarían el sueldo y pasaría a ser directora literaria; era demasiado joven y le faltaba rodaje para llevar ya la editorial, de modo que por el momento quedaría como directora Carmen, mi colaboradora de tantos años. Yo estaba atónita. Quise oírle decir que se trataba en realidad de un despido y pregunté el motivo. Sí se trataba de un despido, y no había ningún motivo especial. No alegué nada en contra. Eran las cinco y media, hicieron entrar a Carmen y a Milena, sin que tuviéramos ocasión de hablar antes entre nosotras, y Juan les comunicó lo mismo que me acababa de comunicar a mí. Carmen no objetó nada; Milena dijo que aquello la tomaba por completo de sorpresa y que tenía que reflexionar.
Lo cierto es que salí de allí decidida a aceptar lo que había acordado la empresa. Me parecía inoportuno, me parecía un disparate, me parecía una torpeza -sobre todo faltando, como faltaba, sólo un año para mi jubilación-, pero no tenía las menores ganas de entablar batalla. ¿Para conseguir qué? Y ¿contra quién?
Sin embargo, la gente que me rodeaba no opinó lo mismo. (...) Se corrió la voz. Llovieron las llamadas telefónicas. (...)
Después de varias llamadas sin que yo me pusiera al teléfono, consentí en volver al despacho de Juan Pascual, esta vez acompañada del abogado que había trabajado muchos años para Lumen, había negociado su venta y gozaba de mi confianza. Juan me dijo que cómo podía haberme tomado las cosas así, que no nos habíamos entendido, que podía seguir en mi puesto el tiempo que decidiera, y que además él me quería mucho y le constaba que yo -aunque mi timidez me impidiera demostrarlo- también le quería. Todo me parecía un disparate, pero lo cierto es que, si bien estaba segura de que Juan -y menos que nunca en aquel momento- no me quería en absoluto, y todavía más segura de que yo no le había querido nunca, no sentía tampoco una especial animadversión contra él, no me parecía siquiera un mal tipo. Cumplía sencillamente el papel que le correspondía, hacía lo que tocaba."
(Confesiones de una editora poco mentirosa - Esther Tusquets; RqueR: Barcelona, 2005)
Y la última:
"Primero me entero que a la ex responsable de Ediciones B, Blanca Rosa Roca, sus ex jefes le ponen un detective privado motorizado para que la siga, no sea que se esté montando una editorial, tal como perjuraron en su día para poder echarla. Muy Marlowe no sería el profesional todo a cien, ya que lo pillaron in fraganti a la primera de cambio y tuvo que dar explicaciones a la pasma que lo detuvo."
(Revista Qué leer, año 7, nº 73; La crónica de Aníbal Lector, Comunicación y Publicaciones S.A.: Barcelona, enero 2003)
4 comentaris:
Això de la Pirelli ho vaig veure a tv3 i em va semblar vergonyós!!
Quina poca dignitat.
¿juan pascual hacia lo que tocaba???? o tocaba lo que no suena
Malauradament, Meritxell, aquestes conductes són "ordinaries" ambdós sentits de la paraula.
Precisament, aquest subjecte, Comanchera, és un ordinari -i només en un sentit-.
Vaig aprendre molt
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